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Adoración

Como al ara de Dios llega el creyente,
trémulo el labio al exhalar el ruego,
turbado el corazón, baja la frente,
así, mujer, a tu presencia llego.

¡No de mí apartes tus divinos ojos!
Pálida está mi frente, de dolores;
¿para qué castigar con tus enojos
al que es tan infeliz con sus amores?

Soy un esclavo que a tus pies se humilla
y suplicante tu piedad reclama,
que con las manos juntas se arrodilla
para decir con miedo... ¡que te ama!

¡Te ama! Y el alma que el amor bendice
tiembla al sentirle, como débil hoja;
¡te ama! y el corazón cuando lo dice
en yo no, sé qué lágrimas se moja.

Perdóname este amor, llama sagrada,
luz de los cielos que bebí en tus ojos,
sonrisa de los ángeles, bañada
en la dulzura de tus labios rojos.

¡Perdóname este amor! A mí ha venido
como la luz a la pupila abierta,
como viene la música al oído,
como la vida a la esperanza muerta.

Fue una chispa de tu alma desprendida
en el beso de luz de tu mirada,
que al abrasar mi corazón en vida
dejó mi alma a la tuya desposada.

Y este amor es el aire que respiro,
ilusión imposible que atesoro,
inefable palabra que suspiro
y dulcísima lágrima que lloro.

Es el ángel espléndido y risueño
que con sus alas en mi frente toca,
y que deja -perdóname... ¡es un sueño!-
el beso de los cielos en mi boca.

¡Mujer, mujer! Mi, corazón de fuego,
de amor no sabe la palabra santa,
pero palpita en el supremo ruego
que vengo a sollozar ante tu planta.

¿No sabes que por sólo las delicias
de oír el canto, que tu voz encierra,
cambiara yo, dichoso, las caricias
de todas las mujeres de la tierra?

¿Que por seguir tu sombra, mi María,
sellando el labio, a la importuna queja,
de lágrimas y besos cubriría
la leve huella que tu planta deja?

¿Que por oír en cariñoso acento
mi pobre nombre entre tus labios rojos,
para escucharte detendré mi aliento,
para mirarte me pondré de hinojos?

¿Que por sentir en mi dichosa frente
tu dulce labio con pasión impreso,
te diera yo, con mi vivir presente,
toda mi eternidad... por sólo un beso?

Pero si tanto, amor, delirio tanto,
tanta ternura ante tus pies traída,
empapada con gotas de mi llanto,
formada con la esencia de mi vida;

si este grito de amor, íntimo, ardiente,
no llega a ti; si mi pasión es loca...,
perdona los delirios de mi mente,
perdona las palabras de tu boca.

Y ya no más mi ruego sollozante
irá a turbar tu indiferente calma...
pero mí amor hasta el postrer instante
te daré con las lágrimas del alma.

Manuel M. Flores

Biografía de Manuel M. Flores | Amémonos

Manuel María Flores
Los grandes mensajeros del amor


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